sábado, 12 de abril de 2014

«Las promesas son difíciles de cumplir. Quizás por eso son promesas.»


Respirar profundamente y sentir los intensos olores del aroma de las flores, oler la dulce fragancia de la primavera, escuchar los pájaros cantar, ver el cielo azul sobre ti, sentir que tocas las nubes desde un sitio alto, ver el verde color del campo y el colorido de las flores, escuchar el sonido del viento moviendo las copas de los árboles, sentir un agradable escalofrío que recorre tu piel, ver las nubes moverse por el inmenso cielo, sentir el viento acariciando tus mejillas sonrojadas, y que te abrace un persona especial para ti… eso es vivir. Todas esas sensaciones juntas consiguen proporcionar una felicidad inigualable y única en el mundo. Nada podrá sustituir eso por algo mejor. Y en el momento que vives todas esas sensaciones, te olvidas de todo, tu mente solo se centra de disfrutar el momento y aprovechar esa extrema felicidad.
Exactamente aquello era lo que ella estaba viviendo en aquel instante. Desde lo alto del mirador podía sentir todo aquello y más. Se sentía libre, que nada ni nadie la podía parar, que era capaz de alcanzar todas sus metas y conseguir todo aquello que se propusiese, que no tenía obstáculos en su camino, se sentía única en el mundo, se sentía grande a pesar de su baja estatura, se sentía feliz. Y gracias a él podía sentir todas y cada una de esas sensaciones y aún más. Él la abrazaba fuertemente, como si intentara introducirse dentro de ella; no quería dejarla escapar por nada en el mundo.

-Ay, no me abraces tan fuerte que duele…
Él la abrazó un poco más fuerte.
-¡Ay! ¡Qué me vas a ahogar!
- Que no tonta. –Aflojó poco a poco.- No sería capaz de hacerte daño.
-Pues ahora lo has hecho.-Se escapó de sus brazos y corrió.- ¡Ya no me cogerás!

Él se dispuso a correr detrás de ella. Ahora las sensaciones aumentaban. Ambos sentían una adrenalina mezclada con todas las sensaciones anteriores. La felicidad de aquel momento era enorme. Volvían a sentirse como dos niños que corrían por la calle jugando sin importarles nada más. Solo pensaban en correr y correr, hasta que ya no pudieran más por el cansancio. Finalmente, el consiguió alcanzarla. La cogió en brazos y la abrazó aún más fuerte para que no volviera a escaparse.

-Y ahora que, ¿eh? –Le decía él mientras le sonreía mirándole a los ojos.-

Ella no decía nada, tan solo inspiraba y expiraba fuertemente para recuperar todo el aire perdido tras la carrera. Luego se repuso, y como un suspiro que decía para sí misma, pronunció aquellas palabras que esta aquel momento no había dicho: “ Te quiero.”
Fue algo espontáneo, mágico. Lo dijo sin pensar, como si aquellas palabras se hubiesen escapado de su corazón. Él no sabía que decir, tan solo la miraba dulcemente y le sonreía. Entonces se acercó lentamente a ella mientras le acariciaba la mejilla y la besó. Y de nuevo, un conjunto de sensaciones se mezclaban en ellos dos. Se sentían increíblemente felices. Querían que el tiempo se paralizase y que ellos estuvieran así siempre, tan unidos, tan juntos, tan el uno para el otro. Una lágrima recorrió el rostro de ella. Él se apartó un poco y le limpió la cara con la palma de su mano.

-A veces, la felicidad y el amor que sientes en un momento es tan fuerte, que puede incluso doler. –Le dijo él.-

Ella asentía y gimoteaba mientras que le volvió a abrazar.
-Prométeme que jamás me vas a dejar ir. Prométeme que vamos a estar siempre juntos y que nada ni nadie conseguirá separarnos jamás.

Un silencio invadió el lugar. Él tan solo le sonreía y le acariciaba las mejillas sonrojadas.

-No puedo prometerte nada. No sé que nos aguarda el futuro.
-Las promesas son difíciles de cumplir. Quizás por eso son promesas. –Dijo ella a la vez que comenzaba a llorar de nuevo.- Prométemelo por favor.

Él la volvió a abrazar y pronunció las palabras más seguras y firmes que nunca había dicho: “ Te lo prometo.” 

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