domingo, 21 de diciembre de 2014

«Vivo de poesía.»

Un folio en blanco y un bolígrafo. Tan solo necesitaba eso para sacar, como solía decir mi abuelo, la magia que dentro albergaba en mí. Era muy sencillo: preparaba una taza de café amargo con dos azucarillos, ponía la sinfonía nº 40 de Mozart en el radiocasete, corría las cortinas y abría las ventanas de par en par para dejar entrar en la habitación toda la luz y brisa posible, colocaba la mesita de madera de mi madre de cara a la ventana, para poder ver el hermoso cielo azul, y cogía el bolígrafo. Ya no hacía falta hacer nada más, excepto escribir y escribir todo lo que pasaba por mi cabeza. La magia llegaba sola. Activaba mi mano para escribir cosas asombrosas dictadas por mi cerebro. La magia llegaba sólo y cuando quería, ya podía estar en el metro, en el baño, o un entierro. Y cuando llegaba necesitaba apuntar donde sea pequeñas notas para no olvidar nada de lo que me transmitía. Luego, cuando volvía a casa, comenzaba mi pequeño ritual de colocación para empezar a transcribir las anotaciones al folio, y una vez echo, la magia volvía a mí. Podría decir que en realidad nunca se va, siempre permanece. A veces ausente, pero permanece. Ella sabe cual es el momento ideal para salir. Mi abuelo siempre me decía que las cosas pasan sólo y cuando tienen que pasar, en su tiempo, en su lugar, y en su momento. Y nunca hay que dejar escapar esos momentos, pues jamás volverán a repetirse.” La vida no se presenta con segundas oportunidades.” Me decía. Me gustaba escribirle y dedicarle todos los versos que escribía. Por eso sigo escribiendo, solo y exclusivamente para él. Nadie más puede leer mis versos, pues desaparecen en el cielo.
«Vivo del papel sobre el que desplazo mi lápiz,
   del dibujo que trazo sobre el lienzo
   de la música que escucho mientras sueño,
   o la que escucho mientras escribo en el folio en blanco.
   Vivo de la fotografía a color,
    y también la de en blanco y negro.
    Vivo de los animales,
    de los gatos y de los perros.
    Vivo de la lluvia y de los días de sol,
    vivo del mar y de su aroma
    a tierra mojada.
    Vivo del frío de un adiós,
     y del calor de un abrazo.
    Vivo del cielo azul y de los días grises,
     de las rosas que marcan
     senderos de espinas.
     Vivo de las letras, vivo
     de poesía.
     Vivo de las canciones,
      y de tocar sinfonías.
      Vivo de caricias y besos
      sin despedidas.
      Vivo de llantos y puede
      que de risas.
      Vivo de suspiros y alguna que otra sonrisa.
      Vivo del ahora
      y del pasado vivido.
      Vivo de ti
      y solo vivo si es contigo. »

Doblaba mis versos en forma de carta, y luego la ataba con una cuerdecita a un globo. Me acercaba a la ventana, y mientras terminaba de beberme mi café aún caliente, soltaba el globo. Apoyaba mi cabeza sobre el alféizar de la ventana y veía como ascendía lentamente, hasta desaparecer en el inmenso cielo. Después, cuando mi vista ya no lo podía alcanzar, sonreía. Una persona nunca muere si no permanece en el olvido.