viernes, 4 de diciembre de 2015

«Nunca más, mi rey.»

Otra noche más tumbada en la cama,
ya no puede más, está cansada
se abraza con fuerza a su almohada llena de lágrimas
temiendo oír el tintineo
de la puerta abrir de nuevo.

Sus ojos ya no resplandecían
como luces desde aquel día,
cuando la primera marca morada quedó en su piel
y sus palabras resonaban una y otra vez:
“nunca más, mi reina”.

Esperanza en que sus palabras fueran ciertas
era lo único que conseguía mantenerle despierta,
pero los días pasaban, los daños aumentaban,
el dolor se convertía en rutina, el miedo invadía su vida
y se daba cuenta de que, aquellas palabras
tan solo estaban llenas de mentiras.

Pensaba sin cesar
como ocurrió todo ese mal,
sin poder ir más allá del mero recuerdo
de un insulto, un golpe,
y luego ella, en el suelo.

Soñaba con el día
en el que todo fuera como antes
lleno de luz, de armonía,
pero todo se desvanecía
cuando la historia cada noche se repetía.

Su rostro antes rosado
se veía oscuro y abultado,
sin la gracia que antes tenía
sin la vida que ella quería.

Lloraba ella y lloraban sus hijos,
abrazados todos en corro,
tratando de proteger con sus vidas
la bella dama que amaba a una peligrosa bestia.

“¿Qué fue de ese amor que sentías, mi rey? “
Se preguntaba ella sin cesar,
“¿Qué fue de ese chico amable que consiguió enamorarme?
Miro dentro de tus ojos y solo veo oscuridad,
sueños rotos.

¿De verdad iba a vivir con toda esa pena?
¿Valía la pena amar a una bestia?
Miraba los rostros humedecidos de sus hijos
y todas las respuestas se alinearon como estrellas en el cielo.

Hizo lo más rápido que puedo las maletas,
estaba dispuesta a abandonar esa casa de tormentas,
giró despacio el pomo de la puerta
y salió tras ella con sus hijos y un único pensamiento
en la cabeza: “Nunca más, mi rey.”



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