Y un día más, se encerró en su habitación y comenzó a llorar
desconsoladamente sobre su cama. Siempre era lo mismo, lloraba hasta que su
corazón no podía más, hasta que ya no le quedaban lágrimas. La almohada y las
sábanas acababan empapadas, así que abría las ventanas de par en par hasta
esperar que el viento las secara. Luego salía de su habitación sigilosamente,
sin hacer ruido, hasta llegar al cuarto de baño. Allí se lavaba la cara y se
volvía a maquillar para intentar estar como antes, para que nadie se diera
cuenta de que había llorado. Antes de salir de allí, se miraba al espejo
sonriendo e intentaba parecer una chica feliz, aunque en su cabeza las voces le
decían: “ Nada de lo que hagas valdrá la pena. Eres una mierda y siempre lo
serás siendo.” Las lágrimas volvían a reaparecer en su rostro, pero hizo todo
lo posible para evitarlo.
Salió a la calle, necesitaba despejarse, olvidarlo todo,
desaparecer del mundo por un tiempo. No quería ver a nadie, no quería volver a
llorar. Solo deseaba perderse, encontrar un lugar perfecto para ella, dónde
pudiera encajar sin sentirse una molestia, dónde sonreír sin ser criticada,
dónde poder ser feliz.
Se puso en marcha. No sabía a dónde ir, pero necesitaba
alejarse de ese lugar. Quería olvidarlo todo aunque solo fuese por unos
minutos.
Sin detenerse en su camino, llegó a un gran parque repleto
de árboles y flores. Buscó un buen sitio para descansar, alejado de ruidos y
dónde nadie pudiera molestarla. Decidió acomodarse en el césped junto a un
viejo roble. Cerró los ojos y vació su mente de pensamientos. Solo escuchaba el
viento sacudiendo las hojas de los árboles y a los pájaros cantar. Pero, de un
momento a otro, su cabeza empezó a llenarse de recuerdos, causándole el mismo
dolor del que ella intentaba escapar. Y de nuevo, comenzó a llorar. Ya estaba
harta de todo. Sentía que no tenía a nadie en el mundo, que estaba
completamente sola, que nadie la valoraba la suficiente, que todo lo que hacía
estaba mal… Pero ella se esforzaba para intentar ser cada día mejor; ella se
esforzaba para ser feliz. Cada vez lloraba más y más. El dolor la mataba por
dentro.
- Llorar no sirve para nada.
Sin darse cuenta, un anciano se había sentado cerca de dónde
estaba ella, mientras que le daba de comer a las palomas.
-Sea lo que sea que te halla causado ese dolor, no sirve de
nada que llores.- Continuó hablando.-
Se secó las lágrimas lo más rápido que pudo y se incorporó
de nuevo. El anciano continuaba hablándole, aunque él estaba de espaldas hacia
ella.
-Todo en esta vida es temporal: la felicidad, el amor, el
dinero, el dolor,… Por eso hay que disfrutar el momento. Hay que ser feliz con
lo que se tiene, valorar cada pequeño detalle de la vida, porque eso es en
realidad el secreto de la felicidad. Hay que ser feliz con cualquier cosa, y
aunque cueste un poco, hay que aprender a controlar el dolor, porque al fin y
al cabo, no sirve de nada. Ah claro, y sobre todo, hay que aprender a volar.
Sí, eso es, volar.
El anciano se levantó rápidamente del banco y le gritaba a
las palomas mientras estas alzaban el vuelo.
-¡Volar, volar! ¡Eso es! Sed libres y buscad vuestra
felicidad. – Les gritaba a las palomas.
Luego, cuando les perdió la vista, se giró hacia ella y,
sonriéndole, le dijo:
-¿Y tú? ¿Vas a aprender a volar, o quieres quedarte tal y
como estás?
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