Día a día, los insultos han pasado a formar parte de nuestro
vocabulario. Cada vez que nos enfadamos o algo nos sale mal siempre acabamos
insultando, ya sea a quien sea, pero lo acabamos haciendo. Es algo espontáneo,
y a veces los decimos sin darnos cuenta. Estamos tan acostumbrados a
escucharlos y a decirlos que en ocasiones no somos conscientes de ello, ni
tampoco nos fijamos en el dolor que podemos causar con ellos, ya sea queriendo
o sin querer. Las palabras pueden llegar a tener más dolor que veinte
puñetazos, sobre todo si la dice una persona importante para nosotros.
Pero para el quien lo dice solo es un insulto, “una broma” o
una palabra sin significado, pero para quien lo recibe es lo que le quita las
ganas de todo. Insultar no nos hace mejores, sino todo lo contrario. Insultando
a una persona ,ya sea por su físico o no, no llegarás a ser mejor que ella.
Cada uno es como es, con sus virtudes y defectos, y tenemos que aprender a
respetarnos tal y como somos. A veces, las palabras “sin ofender” significan:
“quiero insultarte pero sin que te enfades conmigo”, pero todo sería mejor si
nos ahorrásemos tantos insultos, porque al fin y al cabo, ¿qué se gana con
ellos? Nada, absolutamente nada, excepto mucho dolor para la persona que los
recibe.
A nadie nos gusta que nos insulten. Con ellos solo
conseguimos destrozarnos por dentro y sentirnos peores. Tardas segundos en
insultar a una persona, pero quizás a ella le llevará toda una vida para
reparar ese dolor. Por eso, piensa bien antes de insultar.
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