viernes, 3 de julio de 2015

«Condenados a la red de espinas.»

Sentada a los pies de la raíz del cerezo viendo cómo el cielo azul caía sobre mí, cómo los pájaros se posaban en las ramas y acompañaban con sus cantos el silbido del viento, cómo las hojas de los árboles se movían lentamente ocultando los tenues rayos del sol del atardecer, y tocando su cabello rizado que descansaba sobre mis rodillas, me di cuenta de algo que había estado delante de mí todo este tiempo pero que no había tenido aún el valor de aceptar: lo quería, sí, lo quería de verdad. Lo sabía desde aquel momento en que sus ojos se encontraron con los míos y me lanzó unas de esas sonrisas que hacen que yo también sonría automáticamente por muy mal que esté. Lo sabía en el instante en que escuché su voz y me pareció que sonaba mejor que cualquier instrumento musical existente en el mundo. Lo sabía cuando mis manos tocaron por primera vez las suyas y consiguió erizarme todo el vello del cuerpo. Lo sabía… porque mi mayor temor en esos precisos momentos era perderlo, que algún día desapareciera de mi vida y se convirtiera en un simple recuerdo. Y por esa misma razón no quería aceptar el hecho de que me había enamorado de él. No quería saber lo inevitable, lo que atormenta a cada una de las personas que están enamoradas en este mundo: sí amas, estás firmando un pacto para sufrir de cualquier forma. Pero, como he dicho antes, es inevitable. El amor es inevitable.  Los humanos somos seres hechos para amar y ser amados, afortunada o desgraciadamente. Nos exponemos al riesgo que conlleva caer en la red de espinas de eso que llaman amor. Nadie se salva, todos estamos condenados.

Pero es una dulce condena, porque si todo fuera sufrimiento y dolor, nadie amaría. ¿Todo lo bueno tiene algo malo y todo lo malo tiene algo bueno, no? Lo bueno de esta red de espinas es que te permite conocer a las personas que hay en su interior y darte cuenta de, que sin ellas, quizás todo sería diferente. Hay personas que conseguirán, de una forma u otra, que tu vida merezca la pena; otras les darán sentido a ella; algunas te levantarán cuando caigas o se sentarán a tu lado si no pueden levantarte; te encenderán una luz cuando tú sólo veas oscuridad; descongelarán tu corazón helado; te darán fuerzas cuando tu creas que careces de ellas;… Y todo eso sólo por una razón: porque todos estamos dentro de la red llamada amor. Y es una red con espinas porque trata de proteger lo que lleva en su interior. Sin duda alguna, todos estamos condenados al amor.

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