Sentada a los pies
de la raíz del cerezo viendo cómo el cielo azul caía sobre mí, cómo los pájaros
se posaban en las ramas y acompañaban con sus cantos el silbido del viento, cómo
las hojas de los árboles se movían lentamente ocultando los tenues rayos del
sol del atardecer, y tocando su cabello rizado que descansaba sobre mis
rodillas, me di cuenta de algo que había estado delante de mí todo este tiempo
pero que no había tenido aún el valor de aceptar: lo quería, sí, lo quería de
verdad. Lo sabía desde aquel momento en que sus ojos se encontraron con los míos
y me lanzó unas de esas sonrisas que hacen que yo también sonría
automáticamente por muy mal que esté. Lo sabía en el instante en que escuché su
voz y me pareció que sonaba mejor que cualquier instrumento musical existente
en el mundo. Lo sabía cuando mis manos tocaron por primera vez las suyas y
consiguió erizarme todo el vello del cuerpo. Lo sabía… porque mi mayor temor en
esos precisos momentos era perderlo, que algún día desapareciera de mi vida y
se convirtiera en un simple recuerdo. Y por esa misma razón no quería aceptar
el hecho de que me había enamorado de él. No quería saber lo inevitable, lo que
atormenta a cada una de las personas que están enamoradas en este mundo: sí
amas, estás firmando un pacto para sufrir de cualquier forma. Pero, como he
dicho antes, es inevitable. El amor es inevitable. Los humanos somos seres hechos para amar y
ser amados, afortunada o desgraciadamente. Nos exponemos al riesgo que conlleva
caer en la red de espinas de eso que llaman amor. Nadie se salva, todos estamos
condenados.
Pero es una dulce
condena, porque si todo fuera sufrimiento y dolor, nadie amaría. ¿Todo lo bueno
tiene algo malo y todo lo malo tiene algo bueno, no? Lo bueno de esta red de
espinas es que te permite conocer a las personas que hay en su interior y darte
cuenta de, que sin ellas, quizás todo sería diferente. Hay personas que conseguirán,
de una forma u otra, que tu vida merezca la pena; otras les darán sentido a
ella; algunas te levantarán cuando caigas o se sentarán a tu lado si no pueden
levantarte; te encenderán una luz cuando tú sólo veas oscuridad; descongelarán
tu corazón helado; te darán fuerzas cuando tu creas que careces de ellas;… Y
todo eso sólo por una razón: porque todos estamos dentro de la red llamada
amor. Y es una red con espinas porque trata de proteger lo que lleva en su
interior. Sin duda alguna, todos estamos condenados al amor.
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