Cascos en la
cabeza y música a todo volumen para evadirse del mundo por unos minutos.
Así iba
ella, caminando por la calle, sin rumbo y sin sentido, con pasos inseguros y
fríos que congelaban todo a su alrededor, con los ojos clavados en el asfalto
pero la mirada perdida pensando en quien sabe qué, con suspiros que se
escapaban entre el sonido que tarareaba de las canciones, con los dedos entre
lazados entre sí mismos para llenar ese hueco que hay entre ellos y que un día
alguien llenó, con los ojos brillantes y húmedos pero fríos y oscuros de los
que no brotaba ninguna lágrima delante de nadie, y con una gran sonrisa en la
cara, pero no de felicidad, sino llena de dolor.
Percibió un
pequeño banco a los pies de un árbol y se sentó allí mientras observaba a la
gente pasar a su alrededor ignorándola por completo, como si ella fuese
completamente invisible. Seguía con la mirada clavada en la muchedumbre, pero
ella no estaba realmente allí. Se encontraba sumida en sus pensamientos, tan
oscuros y fríos como la misma noche, perdiéndose entre todos y cada uno de
ellos.
-Hey, ¿qué
haces aquí?
Un chico alto
y rubio con ojos color esmeralda se sentó a su lado. Ella se sobresaltó, pero
consiguió volver a la realidad de la cual había desaparecido por unos momentos.
-Ah, eres
tú. No me había percatado de que estabas aquí.-Dijo mientras sonreía
ampliamente-
-Claro, como
siempre estás escuchando música y metida en tu mundo… -Bromeó él, pero en
seguida calló y cambió de tema al ver que ella dejaba de sonreír por unos
segundos y miraba a otro lado.- Bueno y, ¿cómo estás?
-Pues bien,
muy bien sí. ¿Y tú?-Dijo mientras sonreía de nuevo-
Él no
respondió, tan sólo se quedó observándola atentamente a los ojos. Se había percatado
del brillo de tristeza que estos vislumbraron cuando dijo que “estaba muy bien”.
Acto seguido, se acercó hacia ella y la abrazó fuertemente, como si quisiera
unir y arreglar todos sus pedazos rotos.
-¿Y este
abrazo?- Preguntó ella.
-Porque yo
sé que realmente no estás tan bien como dices.
Entonces,
como si hubiera explotado un globo de agua en sus ojos, comenzó a llorar como
nunca lo había echo. Lloró, lloró así sin más, tan solo por el hecho de que
alguien se había dado cuenta de que no estaba bien como siempre solía decir.
Lloró porque el dolor que llevaba dentro era tan grande que ya no le cabía en
el pecho. Lloró por todos los recuerdos que tanto daño le estaban haciendo.
Lloró por todo lo que un día fue, y lo que es hoy.
-Vamos,
tranquila. Puedes llorar todo lo que quieras, pues llorar no es de débiles,
sino de valientes luchadores que llevan demasiado tiempo siendo fuertes. Pero
por más triste que sea el motivo, no te derrumbes, no cedas. De 100 pasos que
hay que dar, ya has dado 99. Uno más, tan sólo uno más. No te rindas ahora, es
demasiado pronto aún para darlo todo por perdido. Cuando quieras tirar la
toalla, recuerda la razón por la cual te has mantenido fuerte todo este tiempo.
Puede que la vida no sea la fiesta que esperábamos, pero mientras estemos aquí,
bailemos.
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